Adiós a 106 años de Historia: Julio Damián Muñoz, el cura más anciano de España

Sobrevivió en el frente de guerra disparando con los ojos cerrados para no matar a nadie. El resto de su existencia, sus ojos, oídos y corazón estuvieron muy abiertos para no perder detalle de una vida que habría de extenderse 106 años y que narró en Hermano asno. Con la muerte de Julio Damián Muñoz el pasado 19 de febrero, España perdía a su cura más anciano y los burros a un amigo que siempre agradeció su ayuda.
Nací en La Mata, provincia de Toledo, partido de Torrijos, el 27 de septiembre de 1913. Mi padre era un pequeño agricultor, con otro compañero ponía otro burro y los dos araban las tierras…
Julio Damián Muñoz (Hermano asno, cap. 5)
Así empezó el largo relato de su vida aquel 25 de marzo de 2014 en que fuimos a buscarlo a la residencia sacerdotal de Talavera de la Reina. La idea era pedirle que nos acompañara a un pueblo cercano, Cebolla, para fotografiarlo con otro ser fuera de lo común, Gabi, un burro con una destreza insólita en su especie: cazar conejos. Y en efecto, la conjunción de ambos nos pareció tan insuperable que ese mismo día decidimos que con Julio y Gabi cerrábamos la labor de campo para nuestro libro, después de año y medio de entrevistas y fotos de punta a punta de España.
Hijo de agricultores que entró a los 13 años al seminario, logró sobrevivir a una Guerra Civil en la que primero afrontó el riesgo de que lo capturaran las milicias anarquistas en su pueblo y luego el de combatir en el frente durante la batalla del Jarama en el bando franquista. Sabiendo que iba para cura, sus mandos procuraban librarle de disparar, pero cuando le obligaron a ello, lo hizo a ciegas para no cargar muertes en su conciencia, algo que luego tuvo que demostrar con testigos para poder ordenarse sacerdote.
Una vida consagrada al sacerdocio
Esa ordenación vendría en 1941, en plena posguerra. “Estaban deseando sacarnos al ministerio porque las futuras parroquias en los pueblos estaban sin cura», explica en Hermano asno. Tener que atender a varias poblaciones le fue posible gracias a que le prestaban asnos y otras monturas para ir de una otra. Sobre todo cuando regresó a tierras toledanas, en Espinoso del Rey, Torrecilla de la Jara, Retamoso de la Jara, La Fresneda, Piedraescrita, Navaltoril… Pero una mala experiencia con un jumento le hizo replantearse la cuestión.
Tenía un burro de esos muy malos, que si le apretabas agachaba la cabeza y hasta que no te tiraba no paraba. Caí un par de veces.
Julio Damián Muñoz (Hermano asno, cap. 5)
Así que se hizo con una bici, y a partir de ahí vehículos a motor. Siguió como párroco volante hasta que en 1957 le adjudicaron Velada y allí se acabó jubilando en 1985. Pero siguió confesando y concelebrando en Talavera hasta que en 2013, cumplidos cien años, dejó todas sus tareas.
Una labor reconocida por el papa Francisco en un diploma que presidía la habitación de Julio en la residencia y era su mayor orgullo. Pero su máxima alegría, nos dijo, era su familia. Tuvo la fortuna de gozarla muchos años. Tres hermanas, de entre 90 y 102 años, vivían con él en la residencia cuando lo conocimos.

La pérdida de ellas era lo que más lamentaba en 2017 cuando acudimos a llevarle Hermano asno. Más aquejado por los achaques, mantenía intactas su portentosa memoria y aquella curiosidad irrefrenable que lo llevó a empezar a leer el libro apenas se lo entregamos.
Fue un lujo conocerlo, don Julio. Nos queda la satisfacción de que repose en Velada, donde fue más feliz que en ningún sitio. Y el emotivo recuerdo de su voz leyendo nuestras palabras.
Su historia queda en nuestras páginas, al igual que la de tantos otros que hemos visto desaparecer en los tres años escasos pasados desde su publicación. Historia viva de España y últimos representantes de una forma de habitarla que parecen condenadas a la extinción, como los burros cuyo trabajo hicieron posible ambas.
Cuando me muera, mi apellido será sacerdote, Julio Sacerdote. Y no me pesa. He sido un poco sacrificado y me ha gustado estar sumiso y cumplir mis obligaciones, y Dios nos ha ayudado y podemos cantar victoria. No hemos de poner límites nunca a la providencia que Dios tiene sobre nosotros. Estaré aquí el tiempo que sea necesario. Digo yo como aquella viejecita, que se quejaba: «¿Cuándo me moriré, cuándo me moriré?». Y llaman a su puerta, dice: «¿Quién es?». «La Muerte», le responden. Y dice la viejecita: «¡Ah! ¡Es donde la vecina, donde la vecina!».
Julio Damián Muñoz (Hermano asno, cap. 5)