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Mandela, el borrico que hizo escuela después de nacer dos veces

Mandela haciendo carantoñas a Pascual Rovira en las instalaciones de ADEBO en la localidad cordobesa de Rute, el 4 de abril de 2013. (Foto: Mondelo)

Tenía veintiocho años, lo que en un burro es edad muy venerable. Su aspecto, de hecho, era el de un canoso anciano, aunque ya nació blanco. El domingo pasado, su amigo Pascual Rovira se lo encontró cual Platero agonizante, «echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes». También como Platero, intentó levantarse, sin lograrlo. Cualquiera que tuvo asno sabe que, llegado su último día, el indicio más certero es ese no ponerse en pie. Los burros, acostumbrados a callarse sus dolores, cuando muestran signo de uno es porque es irreversible. Pocas horas después, estaba muerto.

Se llamaba Mandela, en homenaje al presidente sudafricano cuya elección puso fin al apartheid. E igual que él, estaba llamado a hacer escuela después de ese nacer dos veces que es volver a verse libre tras un largo cautiverio. Si Nelson Mandela entraba en la Historia por la puerta grande como primer gobernante negro de su país tras veintisiete años de prisión, el blanco pollino lo hacía por el portón de la cuadra del primer refugio de asnos abierto en suelo español. A él llegó después de que su dueño, vecino de un pueblo granadino, lo tuviera encerrado tanto tiempo que, cuando salió al sol, apenas veía.

Mandela fue el primer albergado en el edén jumentil fundado por Pascual Rovira en Rute, la población cordobesa cuyo nombre, unido al de la Asociación de Defensa del Borrico (ADEBO), se ha convertido en sinónimo mundial de amor a los animales. Pero además de inquilino inaugural, fue también el más famoso. Su carácter tierno, a juego con su aspecto algodonoso, lo convirtió en preferido de todos los visitantes, incluso los más famosos, como la reina Sofía. Cuando recorrió las instalaciones de ADEBO en 2008, los fotógrafos captaron algunos de los retratos más sinceros de esta regia apasionada de los burros, riendo feliz mientras Mandela le hacía carantoñas en las mejillas con los belfos.

Pascual, en varias de esas fotos, sonríe junto a la reina. Si el Mandela humano trató de suprimir barreras entre los negros y blancos, el equino lo hizo entre monárquicos y republicanos. Él no hacía distinciones para repartir cariño. Los mismos mimos que dio a toda una reina de España se los daba cada día a cuantos lo visitaban en los magníficos predios de ADEBO en la serranía de Rute, por donde detrás de él han pasado uno tras otro no menos de doscientos asnos acogidos en casi treinta años de labor inigualable en amparo de una especie en peligro de extinción.

Una tarea en la que ahora Pascual está más solo. Cuando acuda en las mañanas para ver a sus borricos, ya nunca estará el más blanco. Quien se le haya muerto un burro sabe que le dijo adiós a un camarada de armas, un compañero de brega y un confidente leal. El que haya perdido un burro sabe que perdió un hermano.

Hermano Pascual Rovira, compartimos tu dolor. Contigo, lo hacemos nuestro. Como también compartimos el recuerdo de Mandela, siempre de pie a tu lado en las mañanas de Rute, que guarda Hermano asno:

La mañana levanta fresca y limpia. La sábana de niebla se desliza, desarropando el bosque adormilado, y a su paso se enreda entre las ramas. Retales de alma blanca se deshilan por entre las agujas de los pinos, mezclando su olor verde con la tierra húmeda y roja que impregna el silencio. Una brisa de anís y mantecados aromatiza el cielo somnoliento. Huele a días de infancia y Navidades. A cena familiar y villancicos.

Un rebuzno revienta el aire quieto y pasa entre los árboles despacio, llenando la quietud, con sentimiento. Al poco, otro roznido suena lejos. Y se encabalga otro. Y otro. Y otro. Voces de asno ascendiendo las laderas, coronando la cumbre de los cerros, resonando en el alba cual saludos a la primera aurora del planeta, la claridad inaugural del mundo, que se repite un día tras de otro perfumada a romero y a cantueso, a ajonjolí dorado y matalahúva, a aceite de oliva y a boñigas. Boñigas de burro vaheantes sobre el humus mojado de rocío. Olor a vida. A campo. A asnos en celo.

Las manadas se agrupan poco a poco, falange macedónica de orejas que avanza cabizbaja en la neblina. De rato en rato, se alza una cabeza, orejas hacia atrás, ojos cerrados, y se arranca en quejío rechinante. Asomado al balcón que se abre al monte, Pascual Rovira deja que sus ojos cabalguen cada grupa, cada lomo. Están todos. Su afán, sus camaradas. Sus pollinos. La palanca que mueve su existencia desde hace más de veinticinco años. Pascual aspira hondo, a pulmón pleno, los aromas a pasto, a ojén, a olivo. El perfume de Rute en la mañana. Luego, musita suave dos palabras: ≪Mandela, ráscame≫.

A su espalda resuenan unos cascos. Un borriquillo blanco, ya un anciano, se le acerca y apoya la cabeza sobre la espalda de su hermano humano y la sacude lento, con cuidado, de arriba abajo, en un asnal masaje. Pascual ríe, feliz como un chiquillo.

Estamos en Rute, en el refugio de la Asociación de Defensa del Borrico (…)

                                                                          (HERMANO ASNO, cap. III)

Mandela rascando la espalda de Pascual Rovira en el balcón de las instalaciones de ADEBO en Rute, el 4 de abril de 2013. (foto: Eliseo)
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2 comentarios en «Mandela, el borrico que hizo escuela después de nacer dos veces»

    • Pues hay buenas noticias, porque tenemos encargadas varias y las pondremos a la venta en nuestra tienda, esperamos que este mismo mes. En cuanto estén, lo anunciaremos. Un saludo y gracias por el interés.

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